La Cumbre sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, realizada en la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York en septiembre de 2023, coincidió con la mitad del período acordado por los países miembros para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Desafortunadamente, el examen de los avances mostró, en el caso de la mayoría de los indicadores de seguimiento de los ODS, una falta de convergencia entre las trayectorias necesarias para alcanzar dichos Objetivos y las trayectorias observadas, lo que hace evidente la urgencia de ajustar el rumbo y al mismo tiempo acelerar el paso.
Por ello, la declaración política de la Cumbre incorpora una hoja de ruta para volver a encaminar al planeta hacia el logro de los ODS mediante acciones ambiciosas, justas y transformadoras. A nivel mundial, las previsiones de las Naciones Unidas apuntan a que, de mantenerse las tendencias, solo un 15% de las metas se habrán cumplido en 2030.
En la región, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estima que se han alcanzado o se alcanzarán hacia 2030 un 22% de las metas, que en el caso del 46% de ellas se avanza con una dirección favorable pero no a la velocidad necesaria para cumplirlas y que el 32% restante no llegarían a cumplirse.
El panorama internacional actual y el que se prevé en el futuro próximo plantea desafíos diversos y complejos a América Latina y el Caribe en su esfuerzo por acelerar el paso hacia el cumplimiento de los ODS. Por una parte, coexisten varias tendencias desfavorables: lento crecimiento de las economías, el comercio y la inversión, aumento y mayor diversidad de los flujos migratorios, desigualdades crecientes dentro de los países y entre ellos, inseguridad alimentaria, impactos crecientes de la revolución tecnológica y del cambio climático, mayores costos del financiamiento internacional y un fuerte proceso de redefinición de la globalización, alimentado por la nueva geoeconomía y geopolítica. Estas tendencias no solo coexisten, sino que varias de ellas parecen haber llegado para quedarse, dando lugar a lo que se ha denominado “permacrisis”: una nueva normalidad, en la que el mundo seguirá experimentando choques y sucesos inesperados procedentes de diferentes fuentes, un escenario que subraya la importancia de llevar adelante políticas y acciones que aumenten la resiliencia de los sistemas económicos, sociales y ambientales. Se trata también de una nueva era en lo referente a la globalización, caracterizada por una mayor descentralización en una red de polos regionales (poliglobalización) y un fuerte predominio de la geopolítica, con bloques no solo en competencia en lo económico y lo militar, sino también con diferentes visiones del mundo.
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